Nadie puede hacerse el distraído. La FED jugó fuerte con su primera reducción de tasas en cuatro años. “Medio punto o un cuarto de punto, cualquiera de las dos alternativas era razonable”, dice Neel Kashkari, titular de la FED de Minneapolis. Pero el puntapié de medio punto despacha un mensaje contundente. Había que enfatizar los riesgos de un debilitamiento del mercado de trabajo, señala la gobernadora Lisa Cook. “Yo apoyé esa decisión con todo mi corazón”. Con similar vehemencia, otra gobernadora, Michelle Bowman se permitió disentir. Abogó sin éxito por un cuarto de punto. “El objetivo de inflación todavía no se cumplió”, sostiene, y es así. Es el primer desacuerdo formal en una votación interna desde 2022. Y ningún gobernador lo había protagonizado en los últimos 19 años.
Pero la balanza de los riesgos ya no privilegia el celo contra la inflación sino las amenazas que sobrevuelan el pleno empleo. La decisión en sí misma -y su desprolija filtración en plena veda informativa- suponía un peligro adicional. Si está todo bien, ¿por qué apuran la dosis doble? Los mercados son refractarios al riesgo y más todavía a lo desconocido. ¿Qué problema tenemos, Houston? Pasó una semana y ninguno. Tampoco se produjo un efecto búmeran. Es al revés, los mercados en alza quieren otro recorte -y que se repita la dosis- en la próxima reunión, el 6 y 7 de noviembre. Es la FED la que retacea el entusiasmo. El contrapunto es también una señal constructiva.
¿Cuánto debió extremarse la FED para convencer de que no se rompió nada? Dejó simplemente que la data hablase por sí misma. La tercera revisión del PBI confirmó su crecimiento al 3% en el segundo trimestre. Y elevó de 1,3% a 3,4% la expansión de su contraparte en materia de ingresos, la Renta Bruta Interna. ¿Y qué decir del trimestre en curso? El pronóstico en tiempo real que calcula la FED de Atlanta, un predictor volátil si los hay, detecta una leve aceleración a 3,1%. Si el empleo se enfría, lo que vuela es la productividad. Aun así, hay una espina clavada. La confianza del consumidor, medida por The Conference Board, sufrió la caída más punzante desde 2021.
Cada vez se percibe más difícil encontrar trabajo (y los que lo conservan temen perderlo). El medio punto de la FED debe ponderarse como un tranquilizante suministrado a tiempo. Pero, aunque la demanda laboral recula, no hay rastro de un aumento de los despidos. Los pedidos iniciales de subsidios de desempleo, que causaron revuelo semanas atrás, cayeron a su nivel más bajo desde mayo. Tomando cifras crudas, sin quitarles la estacionalidad, no son muchos más que un año atrás. Y el consumidor es un sujeto especial. Cuando contesta la encuesta de la Universidad de Michigan su confianza ya pegó la vuelta y sube por tercer mes consecutivo. Ahora bien, a la hora de gastar no tiene medias tintas. El consumo privado creció 2,8% de marzo a junio. Y siguió en alza en julio y agosto. Así las cosas, ronda un ritmo de 3,3% en la actualidad.
Pero la balanza de los riesgos ya no privilegia el celo contra la inflación sino las amenazas que sobrevuelan el pleno empleo. La decisión en sí misma -y su desprolija filtración en plena veda informativa- suponía un peligro adicional. Si está todo bien, ¿por qué apuran la dosis doble? Los mercados son refractarios al riesgo y más todavía a lo desconocido. ¿Qué problema tenemos, Houston? Pasó una semana y ninguno. Tampoco se produjo un efecto búmeran. Es al revés, los mercados en alza quieren otro recorte -y que se repita la dosis- en la próxima reunión, el 6 y 7 de noviembre. Es la FED la que retacea el entusiasmo. El contrapunto es también una señal constructiva.
¿Cuánto debió extremarse la FED para convencer de que no se rompió nada? Dejó simplemente que la data hablase por sí misma. La tercera revisión del PBI confirmó su crecimiento al 3% en el segundo trimestre. Y elevó de 1,3% a 3,4% la expansión de su contraparte en materia de ingresos, la Renta Bruta Interna. ¿Y qué decir del trimestre en curso? El pronóstico en tiempo real que calcula la FED de Atlanta, un predictor volátil si los hay, detecta una leve aceleración a 3,1%. Si el empleo se enfría, lo que vuela es la productividad. Aun así, hay una espina clavada. La confianza del consumidor, medida por The Conference Board, sufrió la caída más punzante desde 2021.
Cada vez se percibe más difícil encontrar trabajo (y los que lo conservan temen perderlo). El medio punto de la FED debe ponderarse como un tranquilizante suministrado a tiempo. Pero, aunque la demanda laboral recula, no hay rastro de un aumento de los despidos. Los pedidos iniciales de subsidios de desempleo, que causaron revuelo semanas atrás, cayeron a su nivel más bajo desde mayo. Tomando cifras crudas, sin quitarles la estacionalidad, no son muchos más que un año atrás. Y el consumidor es un sujeto especial. Cuando contesta la encuesta de la Universidad de Michigan su confianza ya pegó la vuelta y sube por tercer mes consecutivo. Ahora bien, a la hora de gastar no tiene medias tintas. El consumo privado creció 2,8% de marzo a junio. Y siguió en alza en julio y agosto. Así las cosas, ronda un ritmo de 3,3% en la actualidad.
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